Despedida

Estos pensamientos salen de mí para aliviar el duelo por la muerte de mi perro. Es mi forma de despedirle, de dejarle ir.

Es completamente personal, sincero y puro. No hay borrones ni retoques. Es el fluir de mi cabeza a lo largo del tiempo.

Lo dejo aquí porque no quiero olvidar lo que siento pero necesito poder liberarme de ello


Llueve. Y yo no paro de pensar que ayer te he perdido.

Me faltas en cada hueco de la casa. Siento la soledad que has dejado en mi alma para siempre. Y miro si tienes agua. Y pienso en meterte dentro de casa. Y sigo mirando la puerta como si estuvieras debajo de la lluvia.

Y me ha parecido verte pasar por el jardín.

Y te escucho.

Tengo ganas de volver a abrazarte y no encuentro consuelo porque sé que es imposible.

Hay muchas cosas a las que tengo que acostumbrarme. Muchos rituales que rehacer de nuevo.

Recuerdo el día que nos conocimos. Hubo un momento en el que tuve miedo. Qué ingenua. Con ningún perro del mundo me volveré a sentir tan segura. Dudo que encuentre tu nobleza en otra parte, aunque tampoco quiero buscarla. No quiero que nadie te sustituya. Nadie volverá a ser tú.

Sé que últimamente te costaba andar y no nos oías llegar. Pero estabas. Pero aún estabas, aún te acariciaba más allá de hacerlo con mi alma.

Ojalá pudiera verte correr de nuevo como cuando eras joven. Pedirme jugar. Pedirme mimos incansables.

Lo que daría por volver a darte las fuerzas por subir a despertarme. Porque intentaras engañarme para que te diera otra vez un premio.

Siento todas las veces que no tuve tiempo para darte. Todas las veces que pensé que no te había hecho caso sin remediarlo. Todo el tiempo juntos que te robé.

Sobre todo siento todas las veces que sentí que molestaste.

Sé que no podías más. Que nos preguntabas con los ojos qué te pasaba. Que movías la cola para llamarme. Que te dolía vernos llorar.

Que no tenías fuerzas para más. Que te dolía.

Siempre me preguntaré cómo podría haberlo cambiado.

Descansarás en tu sitio favorito del jardín. Aquel donde dormías al sol. Te dejaremos tu pelota, tus galletas y tus recuerdos con tus cenizas.

Y yo seguiré pasando asomándome a ver si estás allí. Seguiré buscándote paseando por el jardín y en cada sitio favorito de nuestra casa. En tu alfombra. Debajo de la silla de los niños. Al lado de mi sitio en el sofá. Siempre que haya comida cerca. (Me siento ridículamente mal cada vez que como algo pensando que tú no puedes disfrutarlo).

Y recordaré cómo buscabas mis mimos metiendo tu hocico debajo de mi brazo. Tus patas moviéndose mientras soñabas. Tus sueños en voz alta. Tu ronroneo. Tu pelo blanco y rizado, el más blanco que he visto.

(Y me vienen mil recuerdos: de la nieve, de un peluche de Popeye, de tus carreras a toda velocidad, tus juegos revolcándote con la pelota, del gato que te arañó, de tus cotilleos a los vecinos, del miedo a los perros de las ovejas. De mis hijos peleándose por sacarte de paseo, de los calcetines que desaparecen, de los lametones cuando me echo crema, los juguetes mordidos, las zapatillas rotas. Cada trozo de comida que cae al suelo, el arroz que sobra. Encontrarnos a patitas. Los gatos paseando. De once años de vivencias).

Siempre contaré cómo mi perro, que nunca ladraba, comenzó a hacerlo cuando alguien llegaba cuando me quedé embarazada.

Gracias por cuidarnos. Por cuidar de mis hijos. Por jugar con ellos. Por encontrarles jugando al escondite. Por dejar que se subieran encima, que te dieran achuchones incontrolables, por escuchar sus historias. Por enseñarles a gatear para ir a buscarte.

Gracias por hacerles más fuertes, más resistentes a las enfermedades, más empáticos, más amantes de los animales.

Gracias por quitarme la soledad siempre. Por tanto amor incondicional. Por ser tan noble, tan puro, tan bueno, tan cariñoso. Por alegrarte de verme siempre.

Gracias también por enseñarnos la muerte. Por enseñarles a mis hijos esta tristeza, esta etapa de la vida.

Gracias por enseñarme que soy lo suficientemente fuerte como para no huir y poder estar acariciándote mientras tu corazón dejaba de latir.

Te echamos ya mucho de menos. Luis y yo nunca te olvidaremos. Recordaremos siempre que primero fuimos nosotros tres antes de que llegaran ellos.

Luis añorará siempre tus paseos mientras se quita la espina de no haberlos siempre disfrutado. Sabe lo importante que es para ti (tu líder) y terminará encontrando el camino para reconfortarse en ello. Eras su perro.

Gael nunca te olvidará tampoco. Él también sólo deseaba abrazarte de nuevo. Ha llorado desconsolado para que le dejáramos ir a hacerlo. Quiere pasar unos días abrazado a tus cenizas, aferrándose a algo que le haga creer que estás aquí.

Lía te olvidará. Es demasiado pequeña. Para ella no te has ido y anda preguntando por ti como si nada hubiera pasado (qué duro es oír tu nombre en sus labios). Sé que la perdonas por ello. Yo me encargaré de que sepa quién eres.

Ahora mismo estoy desconectada emocionalmente de ellos y de todo lo que no me permite sentir mi tristeza. Pero sé que eres tan bueno que me permitirás soltarme y dejar que vuelva a ellos. (Aunque todavía no sé cuál va a ser mi camino para hacerlo).

Es muy duro perderte. Mi cachorro. Mi abuelito. Mi blanquito. Mi peluche. Mi miembro más mimoso de mi manada. Mi perro.

Te queremos, Fargo. Y te querremos siempre


Este dolor insoportable que se aloja en mi pecho.

Estas ganas incontrolables de llorar.

El querer quedarme en mi tristeza.

No quiero que haya pasado.

No quiero, por favor, no quiero.

Sólo quiero que estés por siempre a mi lado.

Tengo tantas ganas de llamarte… de gritar tu nombre…

Me siento inconsolable.

Me siento incompleta para siempre.


Cada recuerdo tuyo es terriblemente doloroso.

Me sigo encontrando tu pelo en todas partes, veo el vacío que ha dejado tu alfombra, tus cuencos, tu presencia.

Me duele cada trozo de comida que cae al suelo sin que tú vengas a recogerlo. Y me encuentro de nuevo tu pelo por todas partes.

Ayer vi un gato en nuestro jardín y me dio un vuelco el corazón, por un momento pensé…

Hoy te he partido tu trozo de pan cuando llegó el panadero.

Y abro la puerta del baño como si aún estuviera allí tu cuenco.

Y pienso que vas a entrar en cualquier momento.

Y otra pienso en meterte para casa.

Y la comida que sobra.

No creo que pueda acostumbrarme a esto.


Quizás no lo sabías, pero podía llevar a los niños para casa porque tú allí estabas.

Quizás no lo sabías, pero te llamaba en el coche avisándote de nuestra llegada.

Quizás no lo sabías, pero era hora de acostarse porque tú ya soñabas (y darte las buenas noches).

Quizás no lo sabías, pero darte una galleta con cualquier enfado acababa.

Quizás no lo sabías, pero te comías todos los monstruos que les asustaban.

Quizás no lo sabías, pero yo dormía más tranquila sólo porque tú estabas.

Y ya no estás.

(¿Qué haré ahora?)


Siempre me encantaba la idea de que mis hijos crecieran junto a ti.

Sólo con tu presencia, su sistema inmunológico se hacía más fuerte, más resistente a alergias y problemas respiratorios.

Contigo a su lado, no temen a los perros, no se asustan de ellos. Sabrán cómo acariciarlos (esa diferencia abismal en la forma de tocarlos).

Tú les enseñabas que hay que tratar con cariño a los animales, que hay que tratarles con dulzura (siempre defensores de ti). Los cuidados y las obligaciones: la comida, el agua, los paseos, los mimos, … (No te puedes imaginar lo que echaré de menos salir de casa todos contigo. No sé si volveré a ser capaz de salir a pasear por las tardes al campo).

Ya no sabrán cómo hacerlo. No pienso sustituirte.


Estoy enfadada. Enfadada conmigo por no haberte cuidado. Por no haberte bajado antes al veterinario, por no haberlo evitado.

Y también culpable por no haberte disfrutado más, por no haber aprovechado cada segundo contigo, por no haberte mimado y mimado y mimado, …

Odio este silencio y esta soledad que invade nuestra casa…

Este vacío que has dejado.


Van pasando los días y el dolor es menos fuerte, pero sigue estando ahí.

Sigo echándote de menos.

Sigo teniendo ganas de abrazarte.

Sigo temiendo dormir y despertar creyendo que era un horrible sueño.

Ya no hago pactos mágicos para que vuelvas.

Ya no se me encoje el corazón creyendo que voy a escuchar tu nombre cuando alguien me cuenta con sorpresa a quién ha visto. Supongo que es mi necesidad de negar la realidad, porque una parte de mí aún no puede creerlo.

Ya no he vuelto a creer escucharte.

Me tuve que prometer ir hablando conmigo misma de todo aquello que me duele, de todo aquello que hace que la ansiedad no desaparezca de mi pecho. Me está ayudando a hacer que mi mente libere un poco de presión.

Pero aún hay mucho que no puedo aliviar: que mis hijos no crezcan contigo y que nosotros no envejezcamos al mismo tiempo.

(Esta noche a la niña se le ha olvidado que ya no puedes estar debajo de su silla comiendo… A todos se nos olvida todavía…)


Intento no pensar en el vacío.

No pensar en no volver a tocarte.

Las noches (nuestras noches solos los dos) es el peor momento. Nunca me fui a dormir sin darte un beso.

De verdad que aún no puedo creerlo.


Lo siento. Te dije que ibas a estar en el jardín, en tu sitio favorito, en ese que te echabas las siestas al sol.

Pero no somos capaces de hacerlo.

Nos gusta tenerte en el salón.

Hemos preparado una cajita con tus cosas, algunas de tus galletas favoritas, tu pelota y uno de los juguetes de los niños que han querido regalarte.

Cada noche me despido de ti como he hecho durante todos estos años. Me alivia.

Creo que ese es mi camino para reconfortarme: tocar tu urna y sentir que, de alguna manera, sigues en casa.

Supongo que algún día llegará el momento en el que tus recuerdos no sean tan dolorosos y podamos reír con ellos.

Pienso que al menos tu muerte fue dulce, sin dolor. Con el miedo que siemp`re tuve de que te perdieras o te hicieran daño…

Estuve contigo. Te di las gracias por tanto y te recordé que te quería.

Te estuve acariciando y mimando mientras te ibas. Pude notarlo. Y quiero pensar que una parte de tu alma se quedó para siempre en mis manos.

2 comentarios

  1. Se me han llenado los ojos de lágrimas. He recordado todas las veces que alguien dejaba la puerta de la entrada abierta y a mí me entraba la ansiedad que sentía cuando Grizzly aún vivía, de que saliera porque vivíamos en una calle principal muy transitada… Esa ansiedad me duró mucho tiempo…

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